lunes, 6 de junio de 2011

2 de junio de 2011: Maktub

Habíamos aterrizado cinco minutos antes en un bosque, porque hay cosas que es mejor que sólo vean los animales. Y en lugar de escuchar el típico canto de los pájaros o de los grillos, escuchamos a Alaska y los Pegamoides. Nuna y yo nos miramos y decidimos acercarnos para curiosear. La curiosidad mató al gato pero nosotros, cuando tenemos mucha hambre, nos los comemos. A los curiosos y a los gatos. Lo maravilloso de los seres de nuestra naturaleza es lo bien que encajamos tanto en la soledad como en las multitudes. En la soledad porque nadie se cuestiona nada. Nadie discute cuando está solo, excepto los géminis y los bipolares. En las multitudes, y tres son multitud, puede ser muy sencillo encajar aunque todos acaben preguntándose ¿quién ha sido el imbécil que ha invitado a estos de negro? Una pregunta tantas veces sin respuesta...

La gente de la fiesta encajó bien nuestra llegada. Eso me gustó. Normalmente tardo segundos en odiar a todos los tipos de un evento, lo que me evita ciertas cuestiones morales que en caso contrario serían difíciles de resolver. O no, tampoco quiero engañar a nadie. Pero estos humanos eran jodidamente distintos. Nuna y yo nos miramos de nuevo y nuestras mentes conectaron con la misma idea. Íbamos a regalarles la inmortalidad. Íbamos a convertirlos en uno de los nuestros. En varios de los nuestros. Vale. Reconozco que teníamos hambre pero podemos escoger. Podemos comer y dejar un cadáver seco como un arenque. O comer y tener un nuevo colega. Hace siglos que no hacemos colegas. Pero también es cierto que hacía siglos que no conectábamos con semejante grupo. Otra vez el jodido destino. Maktub...

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